Hemos podido ir de excursión con Simón y con Pedro. Alegría, alegría y pan de Madagascar. Vuelven a girar las brujas hacia nuestro favor. Pedro se fascinó con Birra y Birra se fascinó con Pedro. La miró y me dijo «no tiene orejas». Yo le dije «No.» Pareció pensarlo durante un instante y luego la acarició despacio la cabeza. Birra le lamió la nariz. Él sonrío. Y solo eso fue suficiente. El niño sordo y la perra sin orejas. No sé cómo no se me ocurrió. No hubo forma de separarles en lo que quedó de día. Perra y niño, niño y perra. En los apartes, se comportó como un chaval completamente normal. Cazó lagartijas con Simón, jugó al futbolín por primera vez en su vida, aprendió a chocar la mano con Karlos, se mojó los pies en la poza… No hubo crisis. Se mostró observador y serio, pero llegó a reirse una vez, y a hablar con todos y cada uno de nosotros. No importa lo que dijera, ni la frecuencia. Lo hizo. Y estuvo cómodo y tranquilo. Cuando le dejamos, quiso que Birra se quedara con él. Le dije «la próxima vez vienes a casa a verla» y pareció conforme. Al despedirse le advirtió a Simón «mañana tampoco tengo colegio.» Nos emocionó un poco. Ha pasado ya por dos acogidas fallidas. ¿En algún momento sus otros padres lo vieron tan claro como nosotros? ¿hubo un momento en el que dijeron «ya le tenemos» y luego todo se torció?
Bueno. No somos mejores que ellos. Claro que no. Pero ¿más tozudos? buf… más tozudos, seguro.