He descubierto que mi silla bonita del ikea que quedaba tan bien con el resto del cuquidormitorio en mi cuquirincón de ordenador, es dura de cojones. Cuando me sentaba a hacer mis cuquicosas media horita al día me parecía bien, pero ahora que me la como 8 horas seguidas (por favor, no leer esto fuera de contexto) más las otras dos de televisión… estoy pensando seriamente en dejarla como elemento decorativo en ningunaparte y subirme aquí la del gaming, que es un trasto enorme, azul y negro, feo de pelotas y maravilloso hasta para echarse un sueñecito bajo un montoncito de gatos ¿Comodidad o estética? that’s is the question (dijo el chico con chándal rojo y calcetines de mapaches).
Supongo que es lo que me pasa a mí con la silla, nos pasa también con determinadas personas. Nos parecen maravillosas media horita al día y luego cuando las disfrutamos ocho, solo queremos montarlas en un barco y enviarlas lejos. Dicen que tras la cuarentena habrá un repunte de divorcios y separaciones. La verdad es que por las redes se nos nota tensos. Yo no me noto especialmente de mal humor, ni harto. Pero claro. Yo soy un cuarenténico de primer mundo y tengo metros de casa, luz y plantas de exterior para oler si me entra la paranoia. He estado pensando en cuando compartía piso en Madrid y en haberme quedado encerrado en una de esas habitaciones de 3 m2 con tres tíos poniéndome música electrónica a jornada completa y me imagino que mi situación mental sería distinta. Aunque también te digo… antes que a la ira, tiendo a la tristeza. Eso es lo bueno de lo malo de los lunáticos.